Política Mexicana y Cosas Peores
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 El mito de Benito Juárez en México

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MensajeTema: El mito de Benito Juárez en México   El mito de Benito Juárez en México Icon_minitimeMiér Dic 10, 2008 8:36 pm

El mito de Benito Juárez en México

Es curioso, como lo señalaba Carlos Castillo Peraza, que el indigenismo oficial haya tenido como uno de sus paradigmas al “indio Juárez”, precisamente el que hizo todo para entregarle una buena parte del territorio mexicano a Washington.

Además, es deshonroso para el “benemérito”, que hayan sido estadounidenses los legisladores que resistieron los intentos de soborno perpetrados por el yerno de Benito Juárez, con los que el gobierno de éste trató de lograr los votos necesarios para, a cambio de dinero, ceder a los Estados Unidos el Istmo de Tehuantepec.

Título inadecuado

Cabe señalar que el título de “benemérito de las Américas” es ilegítimo para Benito Juárez, ya que la legislatura colombiana que así lo nombró, no tenía, ni podía tener jurisdicción en las demás naciones del Continente Americano, ni autoridad para otorgar un título que fuera reconocido por todas ellas.

Presidencia ilegítima
El 18 de enero de 1858 México tenía tres presidentes: Ignacio Comonfort, quien renunciaría el día 21 del mismo mes, y los dos autonombrados, con dos gobiernos: el del general Félix Zuloaga en México apoyado por el general Miguel Miramón y los conservadores, y el de Juárez en Guanajuato apoyado por los liberales. Ambos gobiernos eran revolucionarios y pronto estallaría la guerra de tres años.

La legalidad de Juárez como presidente ha sido puesta en duda por numerosos historiadores, ya que Comonfort aún no renunciaba, y Juárez se declaró presidente tres días antes de que aquél saliese. Además, Juárez no había rendido la protesta requerida. Por si esto fuera poco, el 15 de abril de 1858 Juárez se embarcó para Panamá de donde pasó a Nueva Orleáns, perdiendo con esto su carácter de Presidente, (si es que lo tenía), según lo establecía la Constitución que él mismo decía defender.

El Tratado McLane-Ocampo

El gobierno de Zuloaga había sido reconocido por todas las potencias, inclusive por el de Estados Unidos que tenía esperanzas en obtener lo que ya les había prometido Comonfort: la cesión de una parte muy considerable del territorio nacional y el paso a perpetuidad por el Istmo de Tehuantepec. Como John Forsyth, ministro plenipotenciario de los Estados Unidos recibió una rotunda negativa de Zuloaga para aceptar estas vergonzosas proposiciones, se apartó del gobierno de Zuloaga y se dirigió al de Juárez. Forsyth llegó al extremo de tener en su propia casa a los jefes de la revolución juarista para que conspiraran a mansalva.

Francisco Bulnes (notable polemista liberal y autor de los famosos libros: “El verdadero Juárez y la verdad sobre la Intervención y el Imperio” y “Juárez y las revoluciones de Ayutla y de Reforma”; la publicación de estas obras entre 1904 y 1905 causó un gran revuelo a nivel nacional) señala que si las proposiciones de los Estados Unidos hechas por Forsyth hubieran sido aceptadas por el gobierno conservador, “la marina de guerra americana hubiera arrojado a Juárez de Veracruz, el efecto de los 25 millones hubiera sido dar el triunfo a la reacción y el Presidente Buchanan hubiera dado todo su apoyo material y moral a Miramón. Los reaccionarios sacrificaron sus intereses de partido a su aversión por vender territorio a los Estados Unidos”.

En contraste, Juárez estaba dispuesto a vender a su propio país con el fin de conseguir el reconocimiento de su gobierno por los Estados Unidos, junto con la ayuda económica de todo género que esto implicaba. El 14 de diciembre de 1859 el gobierno juarista firmó el Tratado McLane-Ocampo, por el cual Juárez se comprometió a conceder a los Estados Unidos: el derecho perpetuo de tránsito por el Istmo de Tehuantepec, con la posibilidad de ser vigilado por tropas estadounidenses en defecto de las mexicanas; el derecho de paso a las tropas estadounidenses a través de territorio mexicano para proteger las vidas y hacienda de sus ciudadanos y aun por cualesquiera otras causas; indemnización por los gastos erogados por los Estados Unidos a consecuencia de su intervención militar, aun con entrega de territorio. Por su parte, México tendría derecho a solicitar la intervención armada de los Estados Unidos cuando peligrara el gobierno de los liberales.


El Tratado McLane-Ocampo no logró obtener la ratificación del Senado de los Estados Unidos, porque los senadores del Norte consideraban la adquisición de nuevos territorios de México como una pretendida expansión de tierras esclavistas. La Carolina del Sur se apartó de la Unión el 20 de diciembre de 1860, y pronto la siguieron otros Estados del Sur, y con eso estaba ya a punto de estallar nuestra Guerra Civil; sin embargo, Juárez había logrado el reconocimiento de su gobierno de parte del Presidente Buchanan, y eso era lo que importaba.

Origen de la idea de vender territorio nacional

En 1847 Juárez se inició como aprendiz en la logia masónica Independencia número 2. Desde el principio de su vida pública, Juárez se había unido al grupo político de sus maestros en el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca: los liberales. La mayoría de ellos eran masones de las logias yorkinas establecidas en México por Joel Roberts Poinsett (1779-1851). Poinsett era un agente del imperialismo yanqui en México que apoyó con estusiasmo la Doctrina Monroe y organizó en México a las logias masónicas yorkinas. Ya desde 1812 estaba en la Nueva España como agente secreto de la poderosa nación vecina para procurar insurreccionar al país, de manera que el movimiento insurgente favoreciera los planes de extensión territorial que ya por entonces abrigaba su gobierno (Francisco Azcárate reveló que Monroe, por conducto de Poinsett, pretendía que México cediera a Estados Unidos parte de su territorio). Poinsett propuso a Agustín de Iturbide la anexión a los Estados Unidos de la parte norte de México y el establecimiento de una República Federal (contraria al Plan de Iguala y semejante a la estadounidense), pero el Emperador Iturbide rechazó dignamente estas traidoras proposiciones. Desde entonces Poinsett comenzó a calumniar a Iturbide y a intrigar con todos los políticos descontentos, persuadiéndolos de que lo que México necesitaba era la República Federal; Poinsett y otros liberales como Ramos Arizpe, Michelena, etc., serían los responsables de la caída del Imperio de Iturbide. “La tendencia mexicanista de Iturbide - afirma Vasconcelos - era sincera. Del otro lado, en el liberalismo, se movía la influencia extranjera”. En 1825 el presidente Adams envió a Poinsett a México como ministro plenipotenciario, comisionado para gestionar la compra de Texas en cinco millones de dólares, pero no lo logró; años más tarde los agentes de la anexión de Texas a Estados Unidos encontraron en Poinsett un amigo proclive a esta maniobra.

Prácticamente, el territorio de Texas lo vendieron a Estados Unidos Gómez Farías, Mejía y Zavala, a cambio de la protección de los esclavistas estadounidenses, para reintegrarlos en el poder del que los privó Santa Anna. Al cubano Mejía se le nombró jefe del ejército federal, reclutado en Louisiana y encargado de revolucionar en México y tomar Tampico; a Zavala director de los colonos de Texas que habían de insurreccionarse y separarse de México, ya que era uno de los principales colonos; y a Gómez Farías – como supuesto Vicepresidente de México – jefe intelectual del movimiento. Ni sólo aquellos traidores pactaron con los masones de Nueva Orleáns la independencia de Texas, sino que se comprometieron a seguir persiguiendo a la Iglesia, mediante una serie de reformas a las leyes.

En realidad, Gómez Farías, liberal masón, fue un gran traidor y mil veces traidor porque dejaba morir de hambre al heroico ejército de Santa Anna que – al decir de Pereyra – no podía sostenerse, pues le faltaba el alimento hasta para los heridos (671); y en cambio, se solazaba a cada triunfo del invasor. Cuando los marinos estadounidenses desembarcaban en la isla de Sacrificios gritó hecho un loco: “quemen cohetes, repiquen, viva la libertad, esto está concluido” (Cuevas, p. 261). Y como si esto fuera poco, numerosos oficiales del ejército mexicano, que eran de filiación masónica, confraternizaban con sus “hermanos” del ejército enemigo, como lo asegura un autor insospechable, el masón Mateos (Historia de la masonería, pp. 106 y 111).

En este sentido, Efraín González Luna escribía sobre el siglo XIX en México: Las logias sembraban y cultivaban intensivamente; las ideologías tóxicas eran fertilizantes activísimos: la ambición y el rencor reclutaban copiosamente voluntarios de la fácil aventura del poder político, que lo era también de la riqueza, de fanatismo sectario, del ensayo social a costa ajena y de la impunidad.

El sitio de Veracruz

A principios de 1860 Miramón sitió a Veracruz para impedir que Juárez siguiera legislando desde ahí bajo la égida estadounidense.

Cuando Juárez supo que los buques de Miramón iban a bloquear Veracruz, lanzó una circular declarando piratas a los buques el 25 de febrero de 1860. Asimismo se puso en comunicación con Mister Twyman, cónsul estadounidense en Veracruz, y por su medio con el Capitán Turner, encargado de la flota estadounidense, la cual se hallaba entonces en la bahía de Veracruz. Como resultado de ello, tres buques de guerra estadounidenses, el Saratoga, el Wave y el Indianola, llevando izada la bandera de los Estados Unidos, atacaron en aguas de México y pusieron fuera de combate a los buques mexicanos de guerra (6 de marzo de 1860) y éstos, con su cargamento de armas para Miramón, fueron enviados a Nueva Orleáns, acusados de piratería. Allí las autoridades estadounidenses rechazaron la acusación de piratería y censuraron a Turner por su acción; pero ya Juárez se había salido con la suya, y Miramón, a consecuencia de esa intromisión injustificada de los buques estadounidenses, tuvo que levantar el sitio de la plaza.

Juárez, sin embargo, había invocado el poder del extranjero y sangre de mexicanos había sido derramada por tropas extranjeras, de donde se ha deducido y concedido generalmente que Juárez traicionó a su patria y violó su independencia a manos de un enemigo benévolo para con él... La intervención extranjera en los asuntos de México, era un hecho y Juárez la había provocado.


Cuando Miramón comenzó el sitio de Veracruz, prácticamente todo el país estaba en manos de los conservadores, menos Morelia y Veracruz; pero con la intervención de Turner, injustificable en Derecho Internacional, el aspecto de las cosas cambió radicalmente. Perdidos sus buques, Miramón vio imposible la captura de Veracruz, mientras que los juaristas, apoyados moral y económicamente por los Estados Unidos y reforzados con hombres y armas estadounidenses, salieron de sus escondites y renovaron sus ataques por todo el interior.
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MensajeTema: MASTER   El mito de Benito Juárez en México Icon_minitimeMiér Dic 10, 2008 8:44 pm

Daños económicos y sociales ocasionados por las leyes liberales

La Constitución liberal de 1857 estableció la independencia entre la Iglesia y el Estado; sostenía la igualdad de todos los ciudadanos, declaró la enseñanza libre en vez de la instrucción cristiana que se daba en las escuelas, no autorizó los votos religiosos y quitó las restricciones de imprenta en favor de la religión católica. En cuanto al derecho de propiedad, enfatizaba el derecho individual y limitaba, sin suprimirlo, el derecho de propiedad de las corporaciones, principalmente religiosas, por lo que privó a las corporaciones eclesiásticas de la capacidad legal de adquirir o administrar bienes raíces, con la excepción de los edificios destinados inmediata y directamente al servicio u objeto de sus instituciones y facultó los poderes para ejercer en materias de culto la intervención que dictaran las leyes.

Esta Constitución pretendía aliviar la presión de los grandes sectores de campesinos sin tierra, con las tierras baldías y los latifundios de las corporaciones civiles y religiosas. Por tanto, se suprimieron los ejidos, las tierras comunales, y las tierras que tenía la Iglesia.


La Constitución de 57 – formada por una minoría radical, y aprobada casi sin discusión por la mayoría de liberales moderados, según aseguran los mismos constituyentes (Zarco) – no tuvo en cuenta el estudio del pueblo para quien iba a legislar, sino que quiso reformarlo todo de un modo violento, y por eso en muchos puntos quedó sin aplicación... Tantas aberraciones como contenía la Constitución dieron lugar no solamente a que católicos como Zuloaga, o moderados como Payno, se rebelasen contra ella, sino que rojos como Baz, y hasta su mismo promulgador – Comonfort – la desconociesen. Esta Constitución contenía tales despropósitos, aun en materia política, que era imposible gobernar con ella y así llegaron a reconocerlo inclusive algunos liberales.

A la Constitución de 1857 se añadieron después las leyes de reforma promulgadas por Benito Juárez en 1859, las cuales decretaban la supresión de todas las Órdenes religiosas y la nacionalización de todos los bienes del clero secular y regular. Además, se declaraba al matrimonio como un contrato meramente civil, sujeto solamente a las autoridades civiles.

Juárez, encerrado en Veracruz bajo el amparo de los yanquis, se dedicaba a promulgar sus famosas leyes de Reforma. Por ellas decretó no ya la separación entre la Iglesia y el Estado, sino la subordinación de aquélla a éste... Esta ley... aparte de ser injusta, fue inconstitucional, puesto que – como escribe D. Blas Gutiérrez – la Constitución reconociendo a la Iglesia no podía expropiarla porque no pidió su consentimiento ni la indemnizó; ni podía confiscarla porque la confiscación estaba prohibida por el artículo 22” (leyes de Reforma, pp. 2 y 38). Así pues, esa ley, como todas las de Reforma, fue una adición que desgarraba cada artículo de la ley fundamental a la cual Juárez tenía por bandera y reformaba a cañonazos, que dijera Rabasa (La organización política de México, p. 162).

Fue patente el despilfarro que se hizo de los bienes dela Iglesia y del saqueo de que fueron víctimas algunos templos, como las catedrales de México, Morelia, Zacatecas, y la Colegiata de Santa María de Guadalupe. Jamás gobierno alguno del México independiente había tenido tantos recursos a su disposición como el de Juárez en 1861, a consecuencia de la nacionalización de los bienes eclesiásticos, que importaron más de 60 millones de pesos. Pero jamás tampoco había habido el despilfarro que entonces. Los bienes se regalaban por casi nada y en realidad sólo sirvieron para enriquecer a unos cuantos.

Según las leyes civiles, no podía venderse ninguna propiedad nacional si no era en subasta pública y previo avalúo. Nada de esto se observó entonces. Las ventas se verificaron por contratos secretos, los cuales desaparecieron cuando Juárez marchó a San Luis Potosí. Como ejemplo de venta censurable se cita la del Colegio de Puebla tasado en 200 mil pesos y vendido en cinco mil.

Con estas medidas se fortaleció el poder del Estado; sin embargo, la desamortización de los bienes de las corporaciones, extendida a las propiedades comunales de pueblos, de las comunidades indígenas, de congregaciones religiosas, etc., despojaba a los menos preparados para vivir, perjudicando también a los municipios a los que despojó de sus “propios” y provocó un aumento de desheredados, además de favorecer el latifundismo al no poner traba alguna a los poderosos. En este sentido, José Vasconcelos, el “Maestro de América”, se refiere a su paisano oaxaqueño en estos términos:


La Reforma, pues, proletarizó a las comunidades indígenas. Y es de una ironía dolorosa considerar que fue Juárez, un indio, quien privó de sus tierras a sus compatriotas que la ley española había elevado a la categoría de propietarios”.

Al desamortizarse las tierras de la Iglesia, valuadas en aproximadamente una vigésima quinta parte del valor total de las tierras del país en aquel entonces, tierras productivas dedicadas al Bien Común (y de mala fe llamadas de “manos muertas”), los campesinos, peones pobres respetuosos de las excomuniones de la Iglesia, no pudieron comprar estas tierras. Los bienes de la Iglesia pasaron entonces a unas “manos tan vivas”, que en diez años se desaparecieron.

Por otra parte, en una época en la prácticamente no había bancos, la principal fuente de crédito había sido, la cual prestaba entonces su capital al módico interés de 6% anual, por lo que la Iglesia Católica en México, más que una mano muerta que poseía esos capitales era una mano bienhechora, pues prestaba dinero por más de lo que valían las fincas, además de prestar sus tierras a los campesinos a una módica renta. En cambio, con las nuevas leyes, quienes contrataban créditos hipotecarios después de la desamortización, tuvieron que hacerlo con particulares que cobraban el 2% mensual cuando menos, ya que otra ley había permitido la libertad ilimitada en el tipo de interés, por lo cual, los pobres cayeron en poder de usureros sin entrañas. Además, millares de niños y de enfermos se quedaron sin instrucción y sin auxilios, es decir, el gobierno los dejó en la miseria y en el desamparo.

Al repartirse las tierras desamortizadas de la Iglesia con las tierras de comunidades y de ejidos, se formaron los latifundios, pues las tierras quedaron en manos de unos cuantos extranjeros, criollos y mestizos que sí tenían capital y no temían las leyes de la Iglesia en la que no creían.

Eso resultó ser un gran bocado para los ricos sin escrúpulos, golosos de tierras... A esos ricos los llama Molina Enríquez “Nuevos Criollos”, en cuyas venas ni siquiera corría siempre sangre española.

Gobierno en bancarrota

No pasó mucho tiempo sin que el despilfarrado gobierno de Juárez se encontrase otra vez en estrecheces económicas, al grado de resolver (ley del 27 de julio de 1861) la suspensión del pago de la deuda exterior por dos años. Tal decisión hizo que España e Inglaterra sospechasen una insolvencia del gobierno.


En efecto, tan pésima fue la administración del gobierno juarista, que en poco tiempo se encontraba en bancarrota y tenía que pedir un préstamo forzoso y ordenar, por medio del Congreso “que se faculta al gobierno para que se proporcione recursos de cualquiera manera que sea con el fin de destruir a la reacción” (Cuevas). Por su parte los Estados Unidos por conducto de su representante Mr. Corwin, ofrecieron a Juárez un préstamo con hipoteca de terrenos baldíos en varios Estados del norte, pagaderos en seis años so pena de perder México esos terrenos baldíos. Juárez aceptó el convenio, no así el Senado norteamericano. Además, Juárez consintió, por medio del convenio “Wike-Zamacona” que los agentes consulares ingleses cobrasen directamente de las aduanas, o más bien, de los importadores, las asignaciones para los tenedores de bonos, autorizándolos para examinar los libros. El liberal Vigil confiesa que este convenio “hubiera equivalido a perder nuestra soberanía sin disparar un cañonazo, incompatible absolutamente con el honor y la independencia de la República”.

No sabe qué hacer con el ejército

Una vez concluida la intervención francesa en 1867, Juárez no supo resolver el problema de la integración de los militares a la vida civil.

Al tiempo de la toma de Querétaro y de la capital, había unos 90,000 hombres sobre las armas, lo cual creaba el difícil problema de volver a encauzarlos en la vida civil. Para el modo iluso de ver que tenía Juárez, los soldados no habían hecho más que cumplir con un deber patriótico y con eso terminaban las responsabilidades del gobierno para con ellos, según aquel dicho de que: “El Moro ha prestado su servicio, ya puede irse el Moro”. Como el erario público estaba casi vacío después de tantos años de guerra, Juárez desechó la idea de otorgar pensiones militares, por falta de dinero, una vez agotados y vergonzosamente disipados los recursos que su gobierno había obtenido de la desamortización de los bienes del Clero. Así pues, reteniendo un ejército de 20,000 hombres, despidió a los demás a sus casas, sin más preliminares, pero dejando amargados a los soldados, quienes al retirarse decían de Juárez que era “ingrato e inhumano”... Los 70,000 soldados que Juárez había licenciado, sin otra recompensa que un “gracias”, se convirtieron en una amenaza social, y aunque muchos volvieron a la vida civil ordinaria, otros muchos, en cambio, no quisieron o no pudieron hacerlo, y la sangre les hervía en las venas, puesto que lo único que sabían de México eran las conmociones políticas y revolucionarias de que éste había sido escenario en los últimos cincuenta y tantos años. La educación, como resultado de las restricciones impuestas por la Constitución de 1857 y las leyes penales de Juárez había sucumbido por completo. Las florecientes escuelas religiosas habían dejado de existir, pero ninguna otra había venido a reemplazarlas. En vez de libros, se habían repartido machetes, rifles y espadas, y en vez de aprender el cultivo de la tierra, habían aprendido a matar.


El mismo Juárez les había enseñado el modo de confiscar, destrozar y saquear, así que, una vez suprimida la sanción oficial, se dejaron llevar de su propia iniciativa, y a consecuencia fue que bandas de salteadores, ladrones y asesinos, merodeaban por los caminos e infestaban el país. Su herencia era el desorden y la violencia, y aun hubo antiguos generales que se hicieron jefes de bandoleros. Con frecuencia había secuestros de personas para exigir rescate. Los historiadores llegan a llamar a este periodo “la época de los plagios”. Juárez se alarmó seriamente, y logró por fin que se dieran leyes para poner dique a los males del bandidaje.

Porfirio Díaz aprovechó hábilmente la impopularidad de Juárez entre los soldados y más tarde surgiría el partido político de los porfiristas.

Por temor al poder político de los porfiristas, Juárez le ofreció a Porfirio Díaz el puesto de Presidente de "la Suprema Corte" la Suprema Corte de Justicia, aunque era evidente su incapacidad legal y su falta de preparación para el cargo, el cual requería de un jurisconsulto. De todos modos, el general Díaz no aceptó la oferta, aunque había estudiado algo de leyes.

Otra vez compromete la integridad del territorio nacional

El gobierno de Juárez se encontró, al triunfo del partido liberal, con una situación por demás dolorosa. Los capitales habían huido al extranjero; la industria se encontraba en bancarrota; las personas de verdadero valer habían emigrado o se habían retirado de la política; el bandolerismo se hallaba en su apogeo y, para colmo de desgracias, el gobierno, con sus reformas legales a la Constitución y su persecución religiosa contribuyó a aumentar el caos y la anarquía.

El gobierno juarista... celebró dos contratos con poderosas compañías yanquis hipotecando terrenos de Tamaulipas y de San Luis Potosí y comprometiendo la integridad territorial de la Baja California Se reformó la Constitución sin los requisitos establecidos por ella.
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Otras incongruencias


En las elecciones presidenciales de 1871 Juárez, Lerdo y Díaz se presentaron como candidatos, resultando ganador Benito Juárez, aunque con evidentes fraudes electorales. Porfirio Díaz se levantó en armas con el Plan de la Noria para arrojar del poder a Juárez, pero fracasó.

Juárez gobernó durante 15 años, más del doble que Antonio López de Santa Anna, quien apenas pudo sumar unos seis años de gobierno. Santa Anna, ambicioso y petulante, astuto y despótico, fue más que nada, Santaannista, y si es verdad que reprimiendo el vandalismo hizo bien al país, con todo, su dictadura, particularmente la de 1853-1855, hizo gemir de dolor al pueblo. Y sin embargo, debe advertirse que esta última vez, para evitar la anarquía que se extendió sobre la nación después de la infame guerra que nos hizo Estados Unidos, fueron los mismos yorkinos los que lo reinstalaron en el poder, ya que yorkinos fueron Gregorio Dávila y Benito Juárez que lo llamaron a la presidencia, y yorkinos también Basabre y Miguel Lerdo de Tejada, que fueron a traerlo hasta su destierro de Colombia, como lo asienta el masón José M. Mateos en su “Historia de la masonería en México” (cap. XVII, p. 124).

A Juárez se le ha cuestionado por no haber mostrado magnanimidad con Maximiliano, quien era como él un liberal, cuando éste fue derrotado por las tropas juaristas y fusilado en el cerro de las Campanas en 1867.

Casi todas las acusaciones que se hicieron a Maximiliano, podían con igual derecho hacérselas a sí mismos Juárez y sus secuaces; pero a Juárez le importaba tremendamente la sentencia de muerte del Emperador... Hasta supo desentenderse de la súplica que le envió Seward pidiendo clemencia... No era Juárez para tomar a Lincoln como dechado.

Además de esto, no hay que olvidar que la mayor parte de los liberales se adhirió, con todo el pueblo, a la intervención y al Imperio. Risa da, pues, la estúpida ley del 25 de mayo de 1862, promulgada por Juárez, en que se declara traidores a los intervencionistas y monarquistas porque – como lo apunta Pereyra – “declaraba prácticamente culpables a todos los mexicanos, puesto que la autoridad de Maximiliano fue reconocida por la gran mayoría del pueblo”... Los mismos liberales no pudieron menos de servir a quien les ayudaba a vivir en orden y tranquilidad, porque para ellos el Imperio – como dice Bulnes – “fue la verdadera gloria, la verdadera Patria, la verdadera doctrina política” (463). En vista de esto no es de extrañar que Payno haya encontrado – después del Imperio – ciento cuatro mil solicitudes de empleo al gobierno de Maximiliano, hechas por los liberales, por lo que Lerdo de Tejada le dijo: “si publica usted la lista nos quedamos sin partido liberal” (Bulnes, 577). Pero, qué más: el mismo Juárez pidió desde el Paso, Texas, donde vivía, a su apoderado en México, que revalidara los bienes eclesiásticos que se adjudicó, reconociendo por ese hecho la autoridad del Emperador...

Maximiliano, por su parte, - frívolo y versátil en extremo – no resultó el gobernante que se esperaba, porque gobernó con las injustas y aborrecidas leyes liberales de Juárez y con un ministerio por entero liberal... Se rodeó de liberales, él que era liberal, y los liberales fueron minando su trono; y cuando se vio sin el apoyo de las bayonetas francesas y sin el auxilio de los liberales que lo abandonaban, entonces y sólo entonces se echó en brazos del partido conservador a quien había despreciado y hasta tratado de disolver; partido que, dando una muestra de suma lealtad, lo protegió hasta que pudo.

La Nación oprimida por el liberalismo

Efraín González Luna se refiere a la opresión de la Nación en estos términos: La época que se cierra en Querétaro con el fusilamiento de Maximiliano y sus principales generales, en 1867, aseguró no sólo un triunfo episódico del “partido liberal”, sino su predominio absoluto por mucho tiempo, la consolidación de la reforma secularizada y anti-religiosa...

La nueva época que se inicia al consumarse la ruina del Segundo Imperio no ha sido tampoco de ingreso a la normalidad política, de organización real y funcionamiento práctico de instituciones en que tuviera cumplimiento el ideario que selló su triunfo en Querétaro. El Estado mexicano siguió sometido a régimen faccioso y subsistió la tensión patológica que tiene que ser la tónica de la vida pública cuando se basa en una antinomia radical, en un conflicto no liquidado: la antinomia entre una realidad social que se afirma incesantemente y un molde oficial que la repudia y en el que es metida por la fuerza; el conflicto entre un pueblo despojado del derecho de representación, a pesar de los textos legales y de la propaganda, y el gobierno faccioso que se le impone.

La gestación de un gran estallido social: la revolución

La desamortización, de la que ya hemos hablado, aumentó el número de los desheredados y preparó la reivindicación que tarde o temprano habría de venir: la Revolución Mexicana, tal como se presentó y con sus sangrientos caracteres en la segunda década del siglo XX.

Es así como la Constitución de 1857, en lo positivo que tiene de legalidad social, como en sus deficiencias y en sus violaciones posteriores, preparó el movimiento revolucionario que formó la Constitución de 1917, en que aparece ya una concepción nueva del Estado, con ingerencia en la economía, más directa y orientada para el bien de todos.

Carlos Castillo Peraza señala que en el Congreso de 1931 de la Unión Nacional de Estudiantes Católicos (UNEC), en el que se abordaron diversos problemas de México, se afirmó, en relación con la cuestión agraria que:


Los abusos de los liberales... trajeron como consecuencia un malestar social que fue uno de los factores más importantes de la Revolución de 1910.

En efecto, hacia 1909 las estadísticas mostraban que el 97 % de la superficie rural de la República mexicana estaba en manos de 830 terratenientes, el 2% pertenecía a pequeños propietarios y el 1% a los pueblos.

El eje del sistema hacendario eran el terrateniente y el administrador, quienes sólo se preocupaban de recibir su parte en las cosechas; no se modernizó la técnica agrícola ni se formó una amplia clase media mercantil.
Grandes extensiones de tierra se dejaban sin cultivar

Los salarios eran muy bajos, y en muchas ocasiones se pagaba en especie

En las tiendas de raya, los peones de la hacienda se endeudaban heredando las deudas a sus hijos

La hacienda era autosuficiente: policías, jueces, prisiones, arrieros, carpinteros, etc., le eran propios

Con la protección a la industria, no se apoyó el mejoramiento del nivel del pueblo, como mercado interno

Los inversionistas mexicanos fueron aceleradamente desplazados por la afluencia de capitales extranjeros. Los estadounidenses, al fin del porfirismo, poseían más que todos los mexicanos juntos

El desprecio del sujeto de la economía: el pueblo

El analfabetismo era del 73.9 %, 78 % eran escuelas públicas y 22 % privadas, pero sólo el 28 % de la población escolar era atendida; más del 50 % de las viviendas, según el censo de 1910, eran “chozas”; más de 13 mil familias no tenían hogar; 100 mil personas dormían a campo raso y 25 mil en dormitorios o mesones

La deficiente higiene y la mala salud pública, como resultado de la mala alimentación y deficiente vivienda, propiciaba epidemias como el tifo. Para quienes ganaban de 10 a 15 centavos diarios, comprar un jabón significaba el 25 % de sus ingresos. Había gran escasez de agua

La servidumbre de los pobres, con las consecuentes humillaciones, castigos desproporcionados, jornadas inhumanas y la insalubridad laboral en el campo y en la ciudad.

Con toda razón Efraín González Luna señaló de manera contundente:

Fué el liberalismo quien comprometió la suerte de la libertad, donde realmente se aplicó. En México dejó en libertad a una minoría y oprimió a la Nación.

Juárez frente a Manuel Gamio y a José Bravo Ugarte

Manuel Gamio, antropólogo que influyó considerablemente en el impulso indigenista de la Revolución, escribió el libro Forjando patria (1916), en el cual puso en duda la aptitud de Juárez como símbolo nacional. Gamio arguyó que la consagración de Juárez como héroe era el resultado de los esfuerzos de una minoría de mexicanos que habían tenido siempre “voz y voto”. Para la mayoría de los mexicanos, continuó diciendo Gamio, a Juárez le falta significado, pues aunque miembro de la raza indígena, Juárez poseía una cultura europea. Además, hizo poco por los indios.

El destacado historiador José Bravo Ugarte afirma que: ... es de notar que el hombre símbolo de la Constitución de 1857 violase tan manifiestamente, con el plebiscito, su artículo 127, que reservaba toda reforma constitucional al Congreso y a las Legislaturas. Salvo pequeñas interrupciones, Juárez usó siempre, aun durante este Periodo Constitucional, de “facultades extraordinarias”, dándoles la mayor amplitud posible: comenzó por prorrogarse las que se le habían concedido para hacer frente a la Intervención Francesa, alegando que, no habiéndose firmado la paz, subsistía el estado de guerra, aun cuando no hubiera ya un solo soldado francés en nuestro territorio... La muerte encontró a Juárez en pleno y amplísimo uso de facultades extraordinarias... el presidente de la Constitución de 57 “no gobernó nunca con la Constitución”, como dice Rabasa... Juárez había perdido prestigio en el partido liberal por el anticonstitucional plebiscito con que deseaba reformar la Constitución y por las reformas que hizo a la Ley Electoral (14 de agosto de 1867)...

Hoy es claro que no hubo segunda guerra de Independencia en el sentido que ha querido dársele, sino una guerra civil en la que también lucharon dos Intervenciones Extranjeras, respecto de las cuales Juárez “es el héroe máximo del Panamericanismo o sujeción de Hispano América al Imperio Nórdico”. Es claro también – y muy repetido por los juaristas y políticos posteriores -, que la Constitución de 57 era una ley falsa o inadaptada al pueblo mexicano, que alternativamente condujo por sí misma a la dictadura o a la revolución: por consiguiente, no es mérito sino demérito, habérsela impuesto al país.

Juárez, además, inició el periodo no decente de nuestra Historia, haciendo gala de ser el hombre de la Ley, mientras burlaba el sufragio y la Ley, gobernaba tiránicamente e impedía la educación política del pueblo. Y, por sugerir el principio constantemente latente en su vocabulario de que es “Ley lo que se promulga” (por impopular, injusto e irracional que sea), resulta nuestro primer gran falsificador en el orden jurídico, responsable de que en México, a partir de entonces y contra lo que exige un deber primordial, no se mire con respeto ni a la Ley ni a las autoridades, que tan frecuentemente han sido meras falsificaciones. Juárez fue, finalmente, uno de los principales destructores de nuestro rico patrimonio artístico y bibliográfico.

La promoción del mito de Juárez

Charles A. Weeks, acucioso investigador de los usos políticos e ideológicos de Juárez, revisó los periódicos, revistas, libros y folletos publicados en México en un periodo de cien años, desde 1872 hasta 1972, y es autor del libro El mito de Juárez en México, en el cual afirma que:

Comenzando 1887, el gobierno trató de unir sus programas con los de Juárez por medio de una manipulación oficial del mito de Juárez que consistía en celebraciones, estudios laudatorios y libros de texto... Juárez existe principalmente como un mito en México... El mito de Juárez consiste de tres elementos principales: el hombre ligado a una realidad histórica, los significados asociados al nombre (formando, en conjunto, el símbolo) y finalmente el grupo, institución o individuo específico que crea y emplea el símbolo. Este mito ha sido parte integral de la historia mexicana desde 1867... Las conmemoraciones en honor de Juárez, en la ciudad de México, a menudo se convirtieron en demostraciones de elogio de los ocupantes de la silla presidencial... Los representantes del PRI tomaron siempre parte y a menudo hicieron discursos... Organizaciones estudiantiles y laborales, formadas generalmente por empleados gubernamentales con el día libre, formaban las necesarias “masas”... Las publicaciones del gobierno ayudaron a los presidentes de la República en su esfuerzo para aprovechar y elaborar el mito de Juárez... En 1959 un decreto estableció una Comisión de Libros de Texto Gratuitos... El patrocinio gubernamental de los centenarios de Juárez culminó con la proclamación de 1972 como “Año de Juárez” en México... Ya en 1972 los gobiernos mexicanos tal vez se habían convertido en los agentes más importantes en el desarrollo y perpetuación del mito de Juárez en México.

El 19 de diciembre de 1948, en un mitin de los Sinarquistas en el Hemiciclo a Juárez de la Ciudad de México, se cubrió su estatua con una capucha negra “porque no queremos mirar a este bandido ni queremos que él nos mire a nosotros”. Este acontecimiento motivó que liberales y masones lanzaran consignas y protestas. Los juaristas pidieron la disolución de la Unión Nacional Sinarquista y la proscripción legal de su brazo político, el Partido Fuerza Popular. Se canceló el registro del partido y en desagravio al “benemérito”, se declaró al 21 de marzo, fecha del natalicio de Juárez, como día feriado.

Acción Nacional vs. el mito de Juárez

Weeks afirma que el Partido Acción Nacional trató a Juárez como una creación “oficial”, algo diferente del hombre real, y de importancia para los que lo alababan sólo como medio de afianzar sus intereses. Por ejemplo, el periódico (la revista) del PAN, La Nación”, reaccionó ante la celebración del 21 de marzo de 1953 y dijo que fue un asunto en el que los participantes usaron a Juárez sólo como un medio para promover su causa.

La Nación caracterizó la conmemoración de 1959 como una reunión de “la familia”. Todos los que asistieron - dijo “La Nación” -, estaban vinculados con la maquinaria oficial. “El verdadero sentido de la presencia de obreros y burócratas en los lugares de homenaje – comentó - La Nación – lo sintetizó un cartel que fue colocado en el Instituto Psicopedagógico, dependiente de la Secretaría de Educación:

Los que asistan a la ceremonia de Aniversario del Benemérito – decía – podrán tomar sus vacaciones
desde el lunes.

La Nación atacó lo que consideraba la corrupción del gobierno de Alemán, por medio de una referencia a Juárez: “Si – dijo La Nación – de acuerdo con la frase de sus mismos partidarios, Juárez guardó – sin aplicar – la Constitución para salvarla, las cosas se ponían más fáciles. Y el general Sánchez Taboada se siente dispuesto a ‘salvar’ la Constitución y hasta la democracia, mientras no falten los regalitos a cargo del presupuesto”.

En 1971 La Nación señaló que los seguidores de Echeverría, el candidato del PRI, emplearon la celebración del nacimiento de Benito Juárez con el fin de atraer apoyo para su candidato, reseñó Weeks.

Juárez frente a Gómez Morín

Si se me pregunta qué pienso de Juárez, autor de los primeros fraudes electorales, y de los más constantes, puedo decir que fue un mexicano típico del PRI.
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