La escritura como símbolo de sabiduría entre los pueblos mesoamericanos
Los pueblos mesoamericanos no sólo desarrollaron su propia escritura de la historia, sino que consideraron este arte uno de los más elevados, sinónimo de sabiduría. Le atribuyeron, en primer lugar, la alcurnia de un arte antiguo. Los pueblos del centro de México relacionaron la invención de la escritura con los toltecas, los fundadores de Teotihuacán, que para ellos fue el inicio de la vida civilizada. Sahagún decía: "En lo que toca a la antigüedad desta gente, tiénese por averiguado que ha más de dos mil años que habitan esta tierra que agora se llama la Nueva España, porque por sus pinturas antiguas hay noticia que aquella famosa ciudad que se llamó Tulla ha ya mil años o muy cerca dellos que fue destruida..."
Los mayas, gracias a sus extraordinarios sistemas de cómputo, retrotraían el origen del cosmos al año 3114 a. C., y tomaron esa fecha como el principio de todas las cosas, de modo que comenzaron a datar sus narraciones históricas en esos tiempos míticos. Profesaron una suerte de culto a los hechos ocurridos en épocas remotas y ubicaron el origen de la escritura en el momento en que se fundaron los reinos y nació la civilización. La escritura era algo tan preciado que tenía el aura de los basamentos primordiales. La obsesión maya por los hechos pasados y su manía por ubicarlos en un tiempo preciso los convirtió en un pueblo memorioso. Quizá fue el pueblo que con mayor exactitud registró los acontecimientos históricos ocurridos en sus reinos. A este amor por la memoria y el cómputo del tiempo debemos la cronología histórica más minuciosa y dilatada del continente americano: un registro que se extiende sin interrupción del siglo III al IX. "Esto significa ?como dice Michael Coe? que los antiguos mayas son la única civilización verdaderamente histórica en el Nuevo Mundo".
La estima que los pueblos mesoamericanos tenían por la historia se aprecia en el hecho de que pusieron ese arte bajo el patrocinio de sus dioses más reverenciados. Los toltecas y sus descendientes consideraron al dios Quetzalcóatl como el primer historiador y el protector de los escribas y del Calmécac, la institución donde se enseñaba a escribir y memorizar los cantares acerca de los acontecimientos pasados. Según Alva Ixtlixóchitl, los mexicas habían registrado que entre "los más graves autores y históricos que hubo [...]se halla haber sido Quetzalcóatl el primero, y de los modernos Nezahualcoyotzin, rey de Tetzcuco". Los predecesores de los aztecas le otorgaron también un valor alto a la escritura de la historia. Los mixtecos pintaron en sus libros numerosas imágenes del dios Nueve Viento, su héroe cultural, y le atribuyeron la creación de la escritura y el canto (Fig. 3).
Los estudios de Michael Coe establecieron que durante el esplendor maya de la época clásica (250-600 d. C.), los dioses patronos de los libros pintados eran Itzamná (el dios mayor), Pawahtún, el dios viejo (Fig. 4), el dios del maíz, el dios mono y los Gemelos Divinos, Junajpú y Xbalanké. Diversos testimonios mencionan a Itzamná como el inventor de la escritura, el "primer sacerdote" y el "primer escriba" (Fig. 5). Los vasos policromos de la época clásica presentan la figura juvenil del dios del maíz pintando códices (Fig. 6). En estos vasos también puede verse a los Gemelos Divinos, Junajpú y Xbalanké, arquetipos del ingenio maya, manejando el pincel del pintor de códices. (Figs. 7 y
. El mejor análisis de la escritura maya puede leerse en la bella obra de Michael Coe y Justin Kerr (The Art of the Maya Scribe, 1997), que incluye una expresiva serie de representaciones del escriba. Es una colección de retratos del escriba y sus instrumentos de trabajo que muestra el valor que los mayas le otorgaron al arte de la escritura (Figs. 9 y 10).
La destrucción de los libros pintados
La investigación contemporánea indica que muy pocas de las creaciones que los pueblos mesoamericanos discurrieron para conservar y transmitir el pasado fue respetada por el celo evangelizador. Los frailes tildaron esas tradiciones de "creaciones del demonio" y más tarde el etnocentrismo europeo vio en ellas un tejido de supersticiones transcritas en "caracteres ininteligibles". Las crónicas de la conquista de México registran la destrucción de la renombrada biblioteca de Texcoco, el repositorio donde se habían acumulado los códices, lienzos y mapas que recogían las tradiciones toltecas y chichimecas. Dice Fernando de Alva Ixtlilxóchitl que la mayor parte de ese legado se quemó "inadvertida e inconsiderablemente por orden de los primeros religiosos, que fue uno de los mayores daños que tuvo esta Nueva España". Al referirse a la importancia de esa biblioteca escribió:
porque en la ciudad de Tezcuco estaban los archivos reales de todas las cosas referidas, por haber sido la metrópoli de todas las ciencias, usos y buenas costumbres, porque los reyes que fueron de ella se preciaron de esto y fueron los legisladores de este nuevo mundo; y de lo que escapó de los incendios y calamidades referidas, que guardaron mis mayores, vino a mis manos, de donde he sacado y traducido la historia que prometo [escribir]...
En el área maya, el estremecedor Auto da fe que tuvo lugar en el pueblo de Maní el 12 de julio de 1562, desatado por el celo persecutorio del obispo Diego de Landa, llevó a la hoguera decenas de códices y lienzos pintados donde los mayas de Yucatán habían atesorado las más antiguas tradiciones de sus pueblos. En 1633, Bernardo Lizana, al rememorar este holocausto literario que en un instante sobrecogedor concentró las nociones de intolerancia, superioridad y desprecio que los españoles habían acumulado contra los indígenas, escribió que en esa ocasión se quemaron muchos libros valiosos sobre los orígenes del antiguo Yucatán. Ignoramos el número de códices que fueron incinerados en esa ceremonia infame, pero sin duda fueron muchos y su pérdida irreparable. El efecto más devastador de estas acciones se resintió en los años siguientes, pues en adelante la mera posesión de libros y tradiciones antiguas se convirtió en anatema y motivo de persecuciones atroces para quienes ni podían ni querían romper sus lazos con la cultura que los había nutrido.
La destrucción de los códices y testimonios de la antigua memoria indígena fue implacable. Se prolongó a través de los tres siglos de la época colonial y adoptó formas de represión muy variadas. En las décadas que siguieron a la conquista comenzó la persecución de idolatrías que culminó en aparatosos procesos inquisitoriales, como el que se instruyó contra el cacique de Texcoco, don Carlos Mendoza Ometochtli o Chichimecatecutli, como él mismo se llamaba. Ahí quedó asentado que al hacerse el cateo de su casa se encontraron "indicios innegables de culto pagano", entre los que se cita "un libro o pintura de indios, altares y cantidades de ídolos".
La guerra contra la antigua memoria indígena tuvo uno de sus episodios más dramáticos en la Mixteca oaxaqueña. En esta región, fray Benito Fernández, un perseguidor de idolatrías, tuvo noticia de que en la cueva de Chacaltongo los mixtecos rendían culto a sus ancestros y guardaban reliquias y representaciones de sus dioses. Fray Benito se apresuró a visitar este sitio apartado, acompañado de una multitud de indígenas aterrorizados. Según relata el cronista Francisco de Burgoa, lo que fray Benito vio ahí le provocó una ira incontenible, que aceleró su furor destructivo:
Luego que el siervo de Dios reconoció el puesto descubrió [...]unas urnas de piedras, y sobre ellas inmensidad de cuerpos [...] en hileras, amortajados con ricas vestiduras de su traje, y variedad de joyas de piedras de estima, sartales y medallas de oro, y llegando más cerca conoció algunos cuerpos de caciques, que de próximo habían fallecido [...] y tenía por buenos cristianos [y] ardiendo en celo del honor divino, embistió a los cuerpos, y arrojándolos por los suelos los pisaba y arrastraba como despojos de Satanás [...luego vio] más adentro, como recámara, otra estación y entrando dentro la halló con altarcillos a modo de nichos, en que tenían inmensidad de ídolos, de diversidad de figuras, y variedad de materias de oro, metales, piedras, madera y lienzos de pinturas, [y] aquí empezó el furor santo a embravecerse, quebrantando a golpes todos los que pudo, y arrojando a sus pies los demás, maldiciéndoles como espíritus de tinieblas.