No importa la ideología política de un partido, no importa la doctrina de un instituto religioso, la historia nos demuestra que a final de cuentas, lo que corromperá la institución es la avaricia del poder de los dirigentes, una vez posicionados en la silla del poder.
El problema de fondo de la credibilidad de las instituciones de dirigencia (gobiernos y religiones) que ha causado conflictos y guerras a través de los siglos, y persiste hoy en día, es que se percibe una hipocresía entre la ideología promulgada por la institución, y sus acciones realizados una vez que esta en una posición de poder. Esta hipocresía se debe al conflicto de intereses entre las aspiraciones del individuo o individuos en el poder (mayor poder para si y/o la manutención perpetua del poder, una vez obtenida) y la ideología promulgada.
En el entorno político, el resultado de este fenómeno humano es que los pueblos son continuamente luchando para poner un “nuevo” partido político en el poder con la esperanza que este será diferente, (ergo; autentico, acertado en sus acciones en relación a sus promulgaciones, gestor verdadero a favor del pueblo), pero resulta que del cambio, surge mas de lo mismo. A final de cuentas, una vez montados en el trono del poder, los líderes buscan el beneficio de su persona, por lo general a despensas del pueblo, y no al revés.
En el ámbito de las religiones institucionales, sus fundamentos ideológicos originales se remontan de manera universal a la tolerancia, al amor al prójimo, al apego a la ética natural, (acciones a favor de la mayoría), y la intolerancia a la violencia. En la práctica, una vez que estos ideales se incorporan como bandera de una institución (dirigida por líderes), las acciones de las instituciones se vuelven, de igual manera que los partidos políticos, en instrumentos para la obtención de poder de sus dirigentes. Este fenómeno no se limita a la iglesia católica, sino es común en todas las instituciones religiosas que aglutinan poder y posición. Prueba de ello es la incongruencia implícita en las cruzadas, la inquisición, la contra-inquisición protestante, el Jihad islámico, los gobiernos teológicos, el antisemitismo, los conflictos bélicos religiosos de los países del medio oriente, de África, y los movimientos terroristas entre católicos y protestantes en muchas partes del mundo. En todos estos casos donde se justifica la acción bélica con principios religiosos, se esta actuando en contra de los principios originales de la religión respectiva. Se puede atribuir esto al uso de las religiones como elemento aglomerante de un pueblo, para ser usado para fines de obtención o acrecimiento de poder de unos cuantos lideres habilidosos.
Con esto dicho, se concluye que el problema no son necesariamente las ideologías promulgada por las instituciones. Mas bien el problema es la naturaleza del hombre de ser oportunista y tomar las oportunidades resultado del posicionamiento institucional, para su beneficio propio, de acumular poder, y un derivado de esto, acumular riquezas.
Para resolver de fondo, los problemas de corrupción, guerra, impunidad e hipocresía, primeo es necesario encontrar formulas que ponen limitaciones reales a la enfermedad de “vértigo del poder” de los dirigentes de una institución.
Otro fenómeno social que complica esta situación aun más, es la aplicación de la libertad hasta llegar al libertinaje. Como todo en este mundo, los extremos o excesos son malos para las mayorías. Como ejemplo de extremos podemos citar los fundamentalistas, séase de derecha o de izquierda, que conforme su pueblo les permite actuar de manera libre y con “derecho” de libertad de expresión, permite la polarización del mismo pueblo, y como consecuencia, conflictos sociales. Conforme se limita las libertades de expresión a un rango que no incluya los extremos fundamentales, el delta (diferencia) expresada es menor y la condición social mas tolerada. Al otro extremo, si se sierra demasiado el ángulo de libertad, se elimina el potencial de alternativa, y el pueblo oprimido explota tarde o temprano.
En resumidas cuentas, para encontrar un modelo de institución idóneo, justo y pragmáticamente benéfico para su pueblo, es necesario:
1) Resolver el problema de el “vértigo de poder” de los lideres.
2) Asegurar la tolerancia / libertad de expresión, pero con medidas que no promulgan ni el extremismo, ni la opresión unipolar.