En su campaña de odio y división entre los mexicanos, Calderón prometió empleo y guarderías. No sólo no cumplió sino que esos temas son los que tendrían que llenarle la cara de vergüenza, porque son los que más sufrimiento le causan a los mexicanos.
Para usurpar el poder se comprometió a mantener los privilegios de políticos y empresarios corruptos que siguen impunes. No sabemos a qué más se comprometió Calderón y con quién. Todo parece ser que prometió promover una guerra que devaste al país y justifique la intervención norteamericana.
Nada mejor para reactivar la industria armamentista que la invención de una guerra, con el pretexto que sea. No encuentro otra razón para incendiar el país.
Sacar al ejército a las calles, con las terribles consecuencias que estamos viendo en materia de derechos humanos, es un grave error. De algún lado viene la orden directa a Calderón para mantener a los soldados fuera de sus cuarteles y hostigando a la población. Más que una estrategia para combatir el narcotráfico y el crimen organizado, se trata de sembrar terror e incertidumbre.
Las declaraciones del pelele dejan ver muy claramente que detrás de él existe un interés superior, al que no le importa ni le conviene el éxito en los combates, sino mantenerlos y extenderlos por todo el territorio. No hay otra explicación para salir a retar a quienes están demostrando tanta inhumanidad y violencia.
Mientras no exista inteligencia, investigación y disminución de consumo de droga en el país vecino, ésta guerra contra el “narco” no tendrá otro resultado que cadáveres, y la gran tentación de la intervención extranjera.
Cuando la Suprema Corte de un país elige vacacionar en vez de resolver la muerte de 48 niños atrapados en un infierno, ese país está en franca descomposición o al borde del precipicio.
Estos magistrados, defensores de gobers preciosos, le están dando la espalda a la nación.