Jaime Francisco Navarro A Columnista
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| Tema: LO QUE ENVUELVE EL MITO GUADALUPANO Sáb Dic 12, 2009 12:23 pm | |
| Se puede demostrar, con toda claridad, que los primeros frailes católicos que arribaron a México jamás evangelizaron a los indios. El catolicismo fue impuesto por aquéllos de manera arbitraria. La orden de proceder así venía de la alta cúpula clerical romana, interesada en una rápida “evangelización”, sin importar la calidad de la misma. Frailes como Alonso Herrera consideraban los métodos de “conversión” utilizados por la Iglesia católica como heterodoxos, pues, afirmaban, “a menos que los indios comprendieran las cosas de la fe y a menos que pidieran ser bautizados, el sacramento en sí no significaba nada”.
A pesar de la oposición de algunos religiosos, la imposición del catolicismo siguió adelante. La demolición arbitraria de teocalis e ídolos se llevó a cabo durante años a lo largo y ancho del Valle de México. Los frailes, patrocinados por la espada intimidante de los invasores hispanos, lograron en poco tiempo lo que a la predicación le hubiera llevado siglos conseguir.
Cuenta la leyenda guadalupana que, en ese tiempo, cuando se llevaba a cabo la imposición despótica del catolicismo en México, la virgen de Guadalupe se apareció en diversas ocasiones al indio Juan Diego, ordenándole que fuera enseguida “a la ciudad de México, al palacio del Obispo, a decirle que le edificara allí [en el cerro del Tepeyac], un templo”. El señor Zumárraga, que no creía al dicho del indio macehual, pidió como prueba alguna señal. Cuando la virgen se enteró del requerimiento del Obispo, dijo a Juan Diego: “Sube a las cumbres del cerro y corta las rosas que allí hallares, trayéndomelas”. Juan Diego puso aquellas rosas en su tilma, y se dirigió a la ciudad de México, siguiendo las indicaciones de la virgen. “En presencia, por fin, del Obispo, Juan Diego dio el recado, y desplegando su manta, se regaron las rosas por el suelo, y se vio al mismo tiempo que la imagen de María [?] se hallaba pintada en la tilma”. Todo esto, según el Testamento de Juana Martín y la Relación de Valeriano, documentos que, según algunos escritores, “son invenciones del clero católico para incrementar el culto a la Guadalupana”.
¿Es verdad que Zumárraga fue el primer testigo del estampado milagroso en el ayate de Juan Diego? No, veamos por qué. Leoncio Garza-Valdez dice que “es imposible que un español aceptara la aparición de la ‘madre de Dios’ a un indio en 1531, ya que, hasta el 2 de junio de 1537, los frailes consideraban al indio como un ser carente de alma, es decir, irracional y, por lo tanto, “incapaz de entender los valores teológicos”.
En 1794, el historiador Juan Bautista Muñoz, quien analizó minuciosamente “muchísimos papeles del obispo Zumárraga” terminó su investigación sin haber hallado “tan siquiera una letra, una alusión acerca del caso”. Tiempo después, en 1883, Joaquín Icazbalceta, a petición de Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, arzobispo de México, realizó una importante investigación sobre el tema. El 8 de octubre del mencionado año, Icazbalceta envió al prelado sus conclusiones, de las que extraigo el doceavo punto:
“El primer testigo de la Aparición debería ser el Illmo. Sr. Zumárraga, a quien se atribuye papel tan principal en el suceso y en las subsecuentes colocaciones y traslaciones de la imagen. Pero en los muchos escritos suyos que conocemos, no hay la más ligera alusión al hecho o a las ermitas; ni siquiera se encuentra una sola vez el nombre de Guadalupe”. Si alguien sabía lo suficiente de Zumárraga, era justamente García Icazbalceta, quien realizó un importante estudio biográfico y bibliográfico publicado en 1881 bajo el título:“Don Fray de Zumárraga”. En esta obra, escrita dos años antes de la petición del arzobispo de México, el historiador habla del catecismo Regla Cristiana, compilación de Zumárraga, editada en 1547. En Regla Cristiana se responde al catecúmeno la pregunta: ¿Diga si hace algunas oraciones teniendo respeto a algún día particular, o cierto número de candelas, o cualquier otra cosa que suena a superstición? He aquí la respuesta de Zumárraga:
“Ya no quiere el Redentor del mundo que se hagan milagros, porque no son menester, pues está nuestra santa fe tan fundada por tantos millares de milagros como tenemos en el Testamento Viejo y Nuevo”.
Si el 12 de diciembre de 1531 Zumárraga hubiera sido testigo del “portento” que se refiere en el tercer párrafo de este trabajo, lo habría agregado a la larga lista de prodigios bíblicos registrados en las Sagradas Escrituras.
En ningún documento del siglo en que vivió fray Juan de Zumárraga se dice nada de Juan Diego y de las “apariciones guadalupanas”. Las versiones de la Iglesia y de los criollos, que intentaban demostrar la existencia del controvertido evento, aparecerían 117 años después de la fecha en la que, según el mito, se apareció la virgen. Así las cosas, en 1648, el jesuita Miguel Sánchez publicó el libro “Imagen de la Virgen María, Madre Guadalupana de Dios”,relato que intentaba darle -por primera vez- sustento histórico a una veneración que no terminaba por meterse en el corazón de los mexicanos, devoción que había venido a menos a raíz del sermón pronunciado por Francisco de Bustamante, el 8 de septiembre de 1556. Ese día, el provincial de los franciscanos había censurado públicamente al arzobispo Montúfar (sucesor de Zumárraga) por tolerar la adoración de la virgen de Guadalupe. Durante su disertación había dicho: “?Quien sostenga que la virgen del Tepeyac hace milagros, debe ser castigado con cien azotes; y quien persevere en ese error, deberá recibir doscientos?”A pesar de la notoria intolerancia de Bustamante, sus palabras demuestran que los franciscanos (orden a la que pertenecía Zumárraga), rechazaban la milagrosidad de la imagen que reemplazó a la Tonantzin del Tepeyac.
Los apologistas guadalupanos exhiben, en la actualidad, un amplio repertorio de documentos que, a partir de 1648, fueron apareciendo como por arte de magia. No obstante, el relato más antiguo de las cuestionadas apariciones, es el “Nican Mopohua” (Aquí se narra), escrito presuntamente en 1556 por Antonio Valeriano, mismo que fue conocido hasta mediados del siglo XVII. Antes de 1648, nadie sabía nada de este documento náhuatl, aunque se dice que estuvo en manos de Fernando de Alva Ixtlixóchitl, quien, tras adicionarlo, lo entregó a Lazo de la Vega, quien se encargó de publicarlo. Es oportuno aclarar que, en un principio, Antonio Valeriano no era considerado el autor del “Nican Mopohua”, sino Bernardino de Sahagún, maestro de aquél en el colegio de Santa Cruz de Tlaltelolco. Pero, ¿por qué razón dejó de considerarse a Sahagún autor del “Nican Mopohua”? La explicación nos la da Carlos Caballero Zamora, autor de “El lado oculto de la Guadalupana”:
“Con el descubrimiento del ‘antiguadalupanismo’ de Sahagún, muchos investigadores descartaron y aun rechazaron, sin más ni más, la posibilidad de que Sahagún tuviera algo que ver con el Nican Mopohua, y, sin mayor trámite, adjudicaron la autoría a su ‘discípulo amado’, Antonio Valeriano”.
El antiguadalupanismo de fray Bernardino de Sahagún fue del conocimiento de sus contemporáneos. No obstante, a los partidarios del culto guadalupano esta situación les comenzó a preocupar a partir del 25 de octubre de 1793, fecha en que se produce -en Tolosa, en la provincia de Guipúzcoa, España-, el hallazgo de la “Historia General de las Cosas de la Nueva España”, obra que Sahagún creyó perdida, y en la que se muestra contrario al acto idolátrico del Tepeyac:
“De dónde haya nacido esta fundación de esta Tonantzin no se sabe de cierto, pero esto sabemos de cierto que el vocablo significa de su primera imposición a aquella Tonantzin antigua, y es cosa que se debía remediar porque el propio nombre de la Madre de Dios Señora Nuestra no es Tonantzin sino Dios y Nantzin; parece esta invención satánica para paliar la idolatría debajo la equivocación de este nombre Tonantzin y vienen ahora a visitar a esta Tonantzin de muy lejos, tan lejos como de antes, la cual devoción también es sospechosa, porque en todas partes hay muchas iglesias de Nuestra Señora, y no van a ellas, y vienen de lejanas tierras a esta Tonantzin como antiguamente”.
El anterior testimonio es importante, sobre todo si tomamos en cuenta que Sahagún vivió en el territorio y en el siglo donde, según la leyenda, tuvieron lugar las apariciones. De acuerdo al documento del misionero franciscano, “de dónde haya nacido esta fundación de esta Tonantzin [así llamaban a la imagen ahí venerada], no se sabe nada de cierto”. En nuestros días, los devotos guadalupanos podrían decirnos cuándo, dónde y a quién se apareció la guadalupana, porque al respecto existe una historia (inventada). Sin embargo, en aquellos tiempos la ignorancia sobre el origen del culto practicado en el Tepeyac era total. La carencia de testimonios orales y escritos en las décadas posteriores a las pretendidas apariciones, es la razón por la que, acerca de ese culto, “no se sabe nada de cierto”. La ausencia de documentos históricos es la única razón por la que los cronistas de ese intervalo guardaron absoluto silencio sobre el tema.
En 1794, fray Servando Teresa de Mier desmintió la tradición guadalupana. En un sermón público, pronunciado desde el púlpito de la Colegiata del Tepeyac, ante el arzobispo de México, Alonso Núñez de Haro, el alto clero y lo más significado de la sociedad de esos días, aseveró, entre otras cosas, que la Virgen se había aparecido en la capa del Apóstol Santo Tomás y no en la de Juan Diego. De esta manera el oriundo de Monterrey, Nuevo León negaba la tradición guadalupana.
Por estas afirmaciones, fue arrestado en el convento de su Orden; privado de sus libros, papel y tinta, impidiéndosele, además, escribir acerca del tema en cuestión y sobre cualquier otro asunto. Núñez de Haro se ensaño con él, pues “hizo que se predicara en todos los templos contra el joven doctor y mandó publicar un edicto condenatorio. Además, sin oírlo en defensa, lo condenó a diez años de reclusión en el Convento de las Caldas, cerca de Santander, a perpetua inhabilitación para enseñar, predicar y confesar y a la privación del título de doctor".
Hacia finales del siglo XIX, el Episcopado Mexicano -con excepción de monseñor Eduardo Sánchez Camacho, obispo de Tamaulipas-, tramitó ante el Vaticano la coronación de la imagen guadalupana. El obispo tamaulipeco jamás estuvo de acuerdo con sus homólogos en lo concerniente a la coronación. Aunque este prelado era el principal opositor de dicho proyecto, no era el único. Esto nos lo confirma el jesuita José Gutiérrez Casillas, autor de “Historia de la Iglesia en México”, quien nos dice: “Los enemigos de la aparición, a su vez, remitieron a la misma Santa Sede las objeciones consabidas, puestas en latín, amén de innumerables cartas, y hasta un agente que litigase en su favor”.Véase que Gutiérrez Casillas habla de enemigos de la aparición, lo cual indica que no era uno, sino muchos los sacerdotes opuestos a la coronación de la imagen.
Jesús Amaya, autor del libro “La Madre de Dios”, nos muestra el contenido de una carta que Eduardo Sánchez Camacho le envió al obispo de Querétaro, el 13 de abril de 1887. En la misiva queda de manifiesto su antiaparicionismo y su oposición a la coronación de la Guadalupana. Veamos parte de su contenido:
“Quisiera yo tener la paz y bondad de espíritu de usted y de mis otros hermanos del Episcopado, para obrar del mismo modo que ellos lo hacen; pero tengo la desgracia de fijarme en varias relaciones de un asunto antes de resolverme por la afirmativa o la negativa, según el caso sea; y eso me ha pasado en lo de la coronación de la imagen del Tepeyac. Ahora que recibo su expresada amable, está impresa mi Pastoral contra esa coronación: de manera que no puedo retroceder en el campo que tomé desde el año pasado que comuniqué al señor Labastida, y de lo cual S. S Ilma. no hizo aprecio, y puede haya hecho bien? ¡No quiero, hermano mío, que usted me dé la razón, ni pretendo me tenga lástima por las tristes consecuencias de mi conducta?! No quiero que mañana o pasado me digan que no es verdad el Evangelio que predicó, como no lo es la aparición del Tepeyac?”
Además de la oposición de un importante sector clerical, que rebatía el mito guadalupano, los promotores tuvieron que resolver el siguiente problema: la imagen de la Virgen ya tenía corona, como lo muestran todas las copias realizadas por centenares de pintores hasta entonces, y el propio “Nican Mopohua”. Por ello, muchos argumentaban que no podían coronar en la tierra lo que ya Dios había coronado en el cielo. Para tener una idea de cómo comenzó a resolverse este penoso asunto, lo invito a analizar la carta que el Abad de la Basílica, Antonio Plancarte y Labastida, le envió a Carrillo y Ancona, obispo Yucatán, en la que le comentaba sobre la “maravillosa” desaparición de la corona:
“El día que publicaron en “El Nacional” (23 de enero de 1887) que no debía ser coronada la imagen porque Dios ya la había coronado, estaba yo meditando en esta singular teoría, cuando llegó el fotógrafo con las pruebas de las fotografías que había sacado tres días antes (20 de enero) ante el cabildo, abierto el cristal”.
Cuando el superior de la abadía advirtió que en las nuevas fotografías aparecía la virgen sin corona, corrió a decírselo al arzobispo, quien, al siguiente día (24 de enero), lo acompañó a la Basílica, en donde no vieron rastro alguno de la corona guadalupana. ¡Sorprendente el ingenio católico! ¿No cree usted? Como dicha maniobra dejaba a la iglesia católica mal parada, el 30 de septiembre de 1895 se levantó un acta notarial, certificada por los pintores Gonzalo Carrasco S. J. y por Salomé Pina, quienes dieron fe de que jamás existió la diadema en la Imagen. Pero, como nada hay oculto que no haya de saberse, el pintor Rafael Aguirre confesó, en su lecho de muerte, que el autor de la eliminación de la corona de la Virgen fue su maestro José Salomé Pina, obviamente, por riguroso encargo del clero, que deseaba consumar la coronación de la virgen.
¿Tuvo conocimiento el Vaticano del tejemaneje del clero aparicionista mexicano? ¿Llegaron a la “Santa Sede” noticias de lo que hizo el pintor Salomé Pina por mandato del alto clero mexicano? Por supuesto que sí, pero como el culto guadalupano ha representado desde siempre una importante entrada de recursos a las arcas de la Iglesia, el Papa León XIII no tuvo más remedio que autorizar el nuevo oficio de la virgen y su respectiva coronación. A continuación, el Breve Pontificio expedido en Roma, el 8 de febrero de 1887:
“Se nos ha presentado la relación de que ‘todos los fieles de la Nación Mexicana’ veneran desde hace mucho tiempo con singulares muestras de piedad y confianza a la bienaventurada Virgen María bajo el título de Guadalupe; y con mucho empeño desde el año 1740 habían suplicado al Cabildo Vaticano que la Imagen célebre en prodigios, fuese condecorada con corona de oro; pero que las circunstancias civiles de México habían sido tales, que hasta ahora no ha podido tributarse este solemne obsequio de culto y devoción. Al presente, empero, los arzobispos y obispos de la Nación Mexicana, secundando los deseos de los fieles que les están encomendados, en la ocasión en que Nos vamos a celebrar el quincuagésimo aniversario de nuestra Primera Misa, habiéndonos rogado con muchas instancias que para el próximo mes de diciembre les demos facultad de decorar a la supradicha imagen con preciosa diadema, en Nuestro nombre y con Nuestra autoridad hemos acordado acceder a esta súplica? En virtud de Nuestra apostólica autoridad, por el tenor de las presentes, concedemos que el Arzobispo de México, o uno de los obispos de la Nación Mexicana elegido por él, en cualquier día del próximo mes de diciembre, y observando lo que por derecho debe observarse, imponga solemnemente en Nuestro nombre y con Nuestra autoridad la corona de oro a la mencionada imagen de la bienaventurada Virgen María de Guadalupe”.
Tras la coronación, que tuvo lugar en los años de dictadura de Porfirio Díaz, Sánchez y Camacho sufrió brutal acoso por parte de sus compañeros de vocación. Jesús Amaya refiere que los jerarcas católicos solicitaron el apoyo del dictador Díaz para silenciar al prelado de Tamaulipas. Observe las palabras de Amaya: “Perseguido entonces por las autoridades civiles y eclesiásticas, ‘renunciado’, se retiró casi en la miseria a su ‘Quinta del Olvido’, simbólico nombre, donde continuó recibiendo los lancetazos de los aparicionistas”.
Desde el lugar de su retiro, Sánchez y Camacho escribió una carta al periódico “El Universal”, el 23 de agosto de 1896, rebatiendo al obispo de Yucatán y al periodista Trinidad Sánchez Santos. Veamos algunos fragmentos de esta importante carta que pone a nuestro alcance Leoncio Garza-Valdez:
“Los primeros, los indios, siempre han de buscar a su Tonantzin, madre de Huitzilopochtli, no a la madre de Jesucristo: los demás que no saben leer, tampoco saben la doctrina cristiana y seguirán yendo donde vaya la gente. ¿Se escandalizan los que, siendo ilustrados, tienen miedo al Clero, o viven del Clero?... ¿Se escandalizan los que no creen en la aparición? Estos se escandalizan de ver lo que me ha pasado y lo peor que me espera. Juzgo que hay un corto número que cree sinceramente en la aparición del Tepeyac y debe respetarse su candor y sencillez?”
Aunque ciertos escritores católicos han señalado que en el ocaso de su vida, el obispo tamaulipeco reconoció su error públicamente, lo cierto es que -como lo afirma Pablo G. Macías- “jamás se retractó de sus escritos”. Este autor afirma que en los últimos días de su vida se le oyó decir a menudo: “Nunca como hoy estoy más seguro del engaño y explotación que sufre mi pueblo, a causa de la farsa guadalupana”.
La controversias consignadas en los párrafos anteriores, así como la que se libró en nuestros días, cuando Schulenburg y otros clérigos negaron la existencia histórica de Juan Diego y las supuestas apariciones guadalupanas, dejan en tela de duda aquello de que en México la Guadalupana es “SÍMBOLO DE UNIDAD NACIONAL”. De acuerdo a lo analizado hasta ahora, podemos aseverar que lo único que la Guadalupana ha originado es desavenencia, ruptura y enfrentamiento entre los clérigos de la Iglesia católica, quienes defienden el culto guadalupano no por convencimiento, sino por los más de 10 MILLONES DE DÓLARES que, según la revista “Impacto”, cada año percibe la Basílica de Guadalupe, sólo por concepto de limosnas.
Quien conoce demasiado bien la voracidad de las autoridades de la Basílica es Horacio Sentíes Rodríguez, cronista de la Villa de Guadalupe por casi 30 años. Para él, el clímax de la corrupción que impera en el santuario guadalupano no fue la transacción comercial por 12. 5 millones de dólares entre la Basílica de Guadalupe y la empresa estadounidense Viotran, sino otros fraudes cometidos en el santuario guadalupano, según dijo a Rodrigo Vera de “Proceso”:“Los fraudes más grandes en toda la historia de México se han dado en la basílica, cuyos caudales competían en un tiempo con la hacienda pública. ¡De ese tamaño! De manera que esta comercialización resulta una verdadera vacilada”.
En la entrevista, Sentíes evoca los orígenes del santuario en el “siglo XVI”, cuando empieza a recibir testamentos, donaciones y cuantiosos recursos: “el minero Alonso Villaseca le regaló a la Virgen una escultura de tamaño natural en oro y plata, con incrustaciones de piedras preciosas”; otros “le donaron un tabernáculo con 13 esculturas, también de tamaño natural y cinceladas en oro y plata”.
Es importante señalar que, aparte de las donaciones que por más de cuatro siglos ha “recibido la virgen”, alrededor de 20 millones de peregrinos visitan anualmente la Basílica, dejando a su paso limosnas millonarias que, por su cantidad, se “vacían de los cepos a unas tuberías que caen a los sótanos”, en donde “hay maquinitas para contar el dinero”, el cual desaparece debido a las maniobras fraudulentas de los religiosos del principal santuario mariano del país. Aunque a la imagen no le ha ido tan bien como a los custodios y defensores de su culto, tampoco le ha ido tan mal, pues, en el siglo reciente pasado, el restaurador José Antonio Flores Gómez, la retocó en dos ocasiones, en 1947 y en 1973. ¿Cree usted que si el estampado fuera celestial, como irracionalmente sostiene la Iglesia católica, necesitaría su manita de gato de vez en cuando?
El icono guadalupano no puede ser de manufactura celestial, pues, quienes lo han examinado sin apasionamientos, han encontrado en ella descarapeladuras propias de cualquier obra humana. Así lo declaró el pintor Flores Gómez, quien, al ser entrevistado por Rodrigo Vera, calculó que, aparte de él, otros 20 pintores han trabajado en la imagen. ¿Cuánto dinero habrán desembolsado los protectores de la imagen en las distintas restauraciones que se le han hecho? Si por los servicios del citado restaurador, Schulenburg pagó, en 1973, únicamente $ 350.00, ¿qué tanto habrán invertido en el lienzo guadalupano? ¡Una minucia!, comparado con los millones de dólares que ingresan anualmente a la Basílica de Guadalupe, mismos que no terminan de satisfacer la insaciable sed de dinero del clero católico. | |
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