Ambos, el violador y la abortista, hacen un uso abusivo del propio cuerpo, en detrimento del ajeno.
El violador es dueño de su pene, pero no ha de poder intoducírselo a quien quiera.
La abortista es dueña de su útero, pero no ha de poder usarlo como cadalso o patíbulo de un menor fetal.
Además, no seamos generocentristas: también hay mujeres violadoras y hombres abortistas, aunque lo sean de modo indirecto.
Una mujer que prostituya a su hija de ocho años, o un hombre que lleve planeados y financiados cuatro abortos de novias a las que embarazó, ambos son tan criminales como quien materialmente ejecuta el acto, y esa autoría intelectual y coadyuvancia en la material deben penalizarse.