HAISHA Master
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| Tema: Constancia historica de la actuación masonica de Juarez Miér Dic 10, 2008 4:46 pm | |
| CONSTANCIA HISTORICA DE LA ACTUACION MASONICA DE BENITO JUAREZ GARCIA La benefactora y progresista asociación masónica cumple en estos momentos el más sagrado de sus deberes, al venir a depositar en torno de la tumba de uno de sus miembros más ilustres, las flores y los perfumes que simbolizan la gratitud y la simpatía, al mismo tiempo que el más profundo dolor. ¡Cuán rápidamente pasan los hombres de la vida a la nada, y con que velocidad van a hundirse en los abismos del pasado los acontecimientos más extraordinarios!... Todavía ayer, el hermano Benito Juárez tomaba asiento en nuestros bancos, y dejaba oír su severa y respetable voz en nuestras deliberaciones, encaminadas siempre a procurar el bien de la patria o de la humanidad. Todavía ayer representaba en la república el inmaculado pendón de la libertad, de la perseverancia y de la fe. Ayer todavía buscaba afanoso la pacificación de México, sereno e impasible en el cumplimiento de su deber, sin dejarse influenciar para nada, ni de los halagos de los unos ni de las amenazas de los otros. ¡Y ya no existe!... Este pueblo entristecido, estas paredes enlutadas, aquel modesto catafalco, ese lúgubre gemido de inmenso duelo que se ha ido escuchando en todos los lugares de la república desde el 19 de julio, son el testimonio más irrecusable de las grandes virtudes del hermano que hemos perdido, nuevo Avax, que incesantemente combatía por la luz. ¡Ah! Permitidme una ligera reminiscencia, siquiera sea como relámpago de consuelo en esta noche de luto, en estas horas tempestuosas de consternación y de recogimiento. Era el 15 de enero de 1847. En el salón del senado de la Ciudad de México, sencillamente adornado entonces con los símbolos de la masonería, un hombre, todavía en el vigor de su edad, esperaba reposadamente en el departamento de las reflexiones a que se le diese aviso de que iba a ser recibido masón del muy respetable Rito Nacional Mexicano. Aquel hombre era diputado al congreso general por el Estado de Oaxaca y se llamaba Benito Juárez. Muchos de los obreros del taller número 2, intitulado “Independencia”, deben recordar el solemne aspecto de aquella ceremonia. Allí estaban Manuel Crescencio Rejón, el Pericles de nuestros oradores; Valentín Gómez Farías, patriarca de la democracia y en aquella época presidente accidental de la república; Pedro Zubieta, ministro de hacienda; Pedro Lemus, comandante general del Distrito Federal y del Estado de México; José María del Río, Fernando Ortega, Tiburcio Cañas y Francisco Banuet, diputados; Agustín Buenrostro, gobernador en otra ocasión del Distrito; Joaquín Navarro, oficial mayor del ministerio de hacienda y diputado; Ambrosio Moreno, representante del pueblo entonces y hoy ministro del Tribunal Superior de Justicia; Miguel Lerdo de Tejada, que más tarde había de ser al lado del Hércules Juárez, el Aquiles de la reforma; y otras muchas personas distinguidísimas en las armas y en la letras, que parecían presentir que aquel néofito había de dominar bien pronto con su férrea voluntad, los horrores de la anarquía y del oscurantismo. Desde aquella noche memorable en que el nuevo masón adoptó el nombre simbólico de “Guillermo Tell”, queriendo significar tal vez que había de ser enérgico y constante como el héroe suizo en defensa de las libertades patrias, Juárez no se apartó ni un momento de la conducta que se había trazado, y no solamente se hizo grande por sus virtudes propias, sino por las de los hombres eminentes de que se rodeó en todas las viscisitudes de su larga carrera política. El hijo de Guelatao nacía en la época de las grandes agitaciones de la libertad y del nacionalismo. El siglo XVIII había dejado a la humanidad los discursos y los decretos de la revolución francesa, los escritos de Rousseau y de Voltaire y la emancipación titánica de la Nueva Inglaterra. Nuestro siglo positivista no tuvo necesidad de recibir tan gloriosa herencia bajo beneficio de inventario; la admitió tal como vino, porque la estela de luz que habían dejado en su partida los primeros adalides de la democracia, debía prolongarse, como en efecto se prolongó y así fue que en ese oasis de redención que forman el último tercio del siglo XVIII y la primera mitad del siglo del vapor y del telégrafo, aparecieron hombres que se llamaron Washington, Hidalgo, Sucre, Mazzini, Feire, Bolívar, San Martín, O’Higgins, Juárez y Lincoln. Juárez venía desde los tiempos de la dominación española; aunque niño, había contemplado las proezas de los caudillos de la independencia y paulatinamente fue sintiendo en su corazón el deseo de librar a la patria de las cadenas morales que no habían podido quitarle el venerable cura de Dolores y sus ilustres compañeros Morelos y Guerrero.<O:P> </O:P>No necesito deciros si nuestro hermano, hoy cadáver, logró o no sus trascendentales propósitos. Los hechos de Juárez son glorias de México y en cada uno de vuestros pechos se conserva entera la memoria de su vida. El grande hombre se recibió de masón porque adivinaba toda la importancia de la Masonería. El Rito Nacional Mexicano fue fundado en 1825, cuando en nuestra patria le faltaban que hacer muchas y notables conquistas a la libertad; más tarde la Masonería careció de razón de ser hasta cierto punto, porque la ignorancia y el fanatismo perdían terreno en la mayoría de los espíritus; pero era necesario que la gran familia masónica se conservara organizada y compacta, para estar dispuesta a combatir en el momento oportuno, Esa oportunidad se presentó en las guerras de la reforma y de la intervención, y bien sabía Juárez todo el apoyo que había hallado en las logias, al sostener sus incesantes luchas con los enemigos del progreso y de las instituciones democráticas. Juárez fue masón, porque vio en la Masonería la caridad, la fraternidad y el mutuo auxilio; porque encontró que ella no atacaba a ninguna religión, sino que declaraba la libertad de cultos; porque, en resumen, comprendió que ser masón equivalía a tanto como a ser liberal. Comprendió, además, que si la Masonería conservaba ciertas ritualidades que para algunos pueden aparecer ridículas, consistía en que la imaginación del hombre necesita de las fórmulas y de los símbolos para fotografiar las ideas, y para garantizar en el mundo la permanencia de las leyes y de las doctrinas, sobre todo, cuando esos símbolos y esas fórmulas conservan la tradición histórica y caracterizan la naturaleza de una institución. Este elevado concepto que el hermano Juárez tenía de la Masonería; la religiosidad con que desempeñó sus deberes masónicos creando escuelas, protegiendo la libertad de la palabra y de la prensa, y velando por la exacta ejecución de las prescripciones constitucionales, así como el patriotismo sin tacha que demostró en todas ocasiones, hizo que la Masonería premiara tan relevantes méritos concediéndole los más elevados puestos de la sociedad y dispensándole el honor de confiarle en compañía de otras personas beneméritas, la reforma de la ley fundamental del rito, cuya ley así reformada está vigente en la actualidad. En febrero de 1847, Juárez era elegido vicepresidente de la gran logia La Luz; en el año 54, al proclamarse el plan de Ayutla, se le daba el grado 7º y en 1862 el 9º, es decir, el principal del rito mexicano. Pocos años después, en 1871, recibía el diploma de Gran Inspector General del rito escocés antiguo y aceptado, al oriente de España, y fue declarado miembro del grado superior de la masonería francesa, e individuos honorarios de todos los grandes cuerpos y logias del mismo rito escocés reformado de México. En el taller de que formaba parte desempeñó dos veces el elevado cargo de Venerable, y para la muy respetable gran logia del rito nacional mexicano se le nombró una vez Gran Maestre, el último y el más elevado honor masónico a que podía aspirar. Digno es de notarse en todo esto que un hombre como Juárez, que tenía tan graves y tan numerosos negocios de que ocuparse, y que disponía del supremo poder de la república, fuera con frecuencia al humilde templo donde se reunían sus hermanos masones, a renovar la protesta de amar siempre la libertad, la caridad y la civilización. Pero ese hecho basta por sí solo para demostrar toda la grandeza de su alma, eminentemente republicana. Yo lamento que la circunstancia de ser el orador del taller a que pertenecía Juárez, me haya puesto en la necesidad de escribir la oración oficial, por decirlo así, de esta ceremonia; y no lo lamento por otra cosa que por el fundado temor que abrigo de que mi débil palabra no pueda sintetizar con exactitud todo el valimiento del ilustre reformador. Consuélame, no obstante, la idea, de que vosotros sentiréis y pensaréis todo lo que yo no pueda deciros. A nombre en particular del taller número dos del muy respetable Rito Nacional Mexicano, y a nombre también de todos los masones de México, doy las gracias más expresivas a los ciudadanos que han venido a contribuir con su presencia a la solemnidad de esta reunión. La Masonería no ha tenido ningún inconveniente en hacer públicos estos funerales, porque sus dogmas son el orden y la concordia, y porque su exclusivo fin es la felicidad del hombre por medio de la virtud. Pasaron ya por ventura los tiempos en que los apóstoles de la ciencia tenían que esconderse en las catacumbas, y bien podemos decir al pueblo muy alto y muy terminantemente que los masones no queremos otra cosa que la fiel observancia de los principios consignados en la Constitución de 1857. Y tú, inolvidable hermano, ¡descansa en paz! Tu poseíste la perseverancia de Galileo, la fe de Gerónimo de Praga y la virtud de Sócrates. Naciste pobre de bienes y relativamente pobre moriste también, que es tu mayor elogio. Cuando expiraste, la nación entera, el mundo liberal todo, se cubrió de luto, y delante de tu féretro las pasiones callaron para que se encomiasen exclusivamente la nobleza de tu espíritu y la magnitud de tus hechos. Buen padre, excelente esposo, integérrimo patriota, bien merece tu tumba las guirnaldas y las ofrendas que Mirabeu pedía pocas horas antes de morir para entrar en el sueño eterno. Desde el lugar donde tus cenizas reposan, conmoverán perpetuamente el corazón de los mexicanos, del mismo modo que Enselado, sepultado, estremecía las montañas. Sí, has adquirido el derecho de que sobre tu fosa cubierta de bendiciones, no se grabe otro epitafio que el que encierran estas dos palabras inmortales: Benito Juárez.¡Adiós, hermano, adiós! A tu muerte los mexicanos todos han depuesto el arma fraticida, y se han dado sobre tus restos venerables el dulce ósculo de la reconciliación. Puedes estar tranquilo por el porvenir de la patria que amaste tanto. Las instituciones se han salvado, la sangre mexicana ha dejado de correr, y se siguen consolidando los cimientos de la regeneración de México. Tu asiento en nuestro taller estará siempre vacío, tu voz no se volverá a escuchar en nuestras discusiones, tu rostro sereno e imperturbable no nos dará en lo sucesivo la tranquilidad de otras veces, tus sabios y prudentes consejos nos faltarán; pero si alguna ocasión nuestras fuerzas flaquean y vacilan nuestras convicciones, volveremos la imaginación a tu memoria venerada y entonces venceremos a la debilidad y al error, recordando que constantemente nos decías: ¡Libertad, Igualdad y Fraternidad! ¡Todo por el triunfo de la verdad y la justicia. Todo por el progreso indefinido del género humano!...ANDRES CLEMENTE VAZQUEZ | |
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