Jaime Francisco Navarro A Columnista
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| Tema: La Navidad del otro evangelio Miér Dic 23, 2009 12:48 pm | |
| Siempre me han sorprendido los evangelios apócrifos. El de María Magdalena, porque nos muestra más que a una ramera al discípulo más inteligente y cercano a Jesús. También disfruto aquel otro en el que el pequeño Emmanuel, después hacer una paloma de barro con las manos, le confiere vida y la lanza a volar. Pero el evangelio apócrifo que prefiero es, sin duda, aquél en el que Dios fue expulsado de la tierra por Belial y vive exiliado en algún planeta perdido en el espacio. Habitan ese planeta baldío dos colonos aislados en sendas cápsulas espaciales. Esos desadaptados, esos expulsados de la civilización, son los elegidos por Yah (el dios monstruoso capaz de interferir por igual vidas que modernos sistemas de cómputo) para ser los padres del nuevo Mesías. Sólo así Dios volverá a la tierra custodiada y sometida por El Adversario.
Rybys, la virgen embarazada por Yah sin contacto alguno, padece esclerosis múltiple y pierde el cabello a manos llenas y Herb, el padre adoptivo, es un don nadie resignado al aislamiento gracias a la música de una cantante pop. Yah literalmente obligó a Herb para llevar a Rybys a la tierra para dar a luz.
Después de concluir una atrabancada odisea interplanetaria al fin nace Emmanuel, pero con tan severos daños cerebrales que le impiden recordar su origen divino y su misión suprema. El Salvador, El Elegido, es un Dios sin memoria. Emmanuel habrá de recuperar la memoria gracias a Zina, su otro yo, y tendrá por encargo combatir a Belial para salvar al mundo de la impureza y la maldad que ha propagado.
Este evangelio apócrifo lleva por título La invasión divina y su autor, su amanuense, es Philip K. Dick, el escritor desdeñado por la crítica de su tiempo y que admiró por igual a los escritores beat, a James Joyce y a las ideas políticas de izquierda.
En sus cuentos y novelas de ciencia ficción donde no existen héroes sino hombres comunes y máquinas, Dick ha replanteado con profundidad y sin pedantería algunas de las preguntas esenciales que todo hombre en algún momento se formula: ¿de dónde venimos, a dónde vamos, cuál es el sentido de la humanidad?
Su novela ¿Sueñan los androides con ovejas electrónicas? dio lugar a una de las películas más alucinantes de ciencia ficción: Blade Runner y Minority report, a otra del mismo nombre que dirigió Steven Spielberg.
Philip K. Dick es uno de los escritores que más me han asombrado por su imaginación desbordada, por su lógica implacable, por su escritura cargada de emoción, por sus mundos plagados de máquinas y preguntas filosóficas. Si nuestros clásicos abrevaron en lo humano, Dick ha desmontado, como pocos, esos valores. Sus androides, sus robots parecen, por momentos, más humanos que los seres de carne y hueso que aparecen en sus páginas.
La vida de Dick estuvo atravesada por la pobreza extrema, las alucinaciones y el uso de las drogas. Tuvo cinco matrimonios, tres hijos y sobrevivió por varios años vendiendo discos y cuentos en revistas underground.
A partir de 1974 Dick empezó a sufrir alucinaciones cuya frecuencia y duración aumentaron con el tiempo. Veía al Cristo de rostro áspero y judío, a la antigua Roma y a una serie de figuras geométricas formadas por una especie de rayo láser.
De todo eso da cuenta en su abundante diario titulado Exégesis.
Tan reales le parecieron a Dick sus alucinaciones que creyó vivir de manera simultánea dos vidas: la suya propia y la de Tomás, un cristiano oscuro de los primeros tiempos perseguido por la soldadesca romana. Para él, Nixon era encarnación de algún dictador de la Roma antigua.
Los médicos atribuyeron las visiones de Dick a una prolongada crisis sicótica. Él, al contacto con la divinidad que llamó Dios, Cebra y más frecuentemente VALIS: acrónimo del concepto: Vast Active Living Intelligence System.
Una de las novelas que más nos acercan a su concepto de la divinidad y al sentido de su literatura es La invasión divina, una de sus mejores obras. Philip K. Dick murió en 1982 y su evangelio apócrifo continúa ganando adeptos.
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